Buffff, cómo vuela el tiempo. Parece que fue ayer cuando comencé a comprar discos en mi adolescencia, allá por los años ochenta: el país estaba arrancando en el afianzamiento de una escena musical moderna, gracias especialmente a la apertura que la transición trajo consigo. Parecía que el resto del mundo, del que íbamos siempre a rebufo, había entrado por fin a chorros, y no en las gotitas contadas que había permitido un régimen que hizo de la censura su bandera. Por supuesto, el negocio musical en todas sus facetas existía desde tiempo atrás; pero fue con el arranque de la década que comento cuando todo pareció explotar: grupos de mil corrientes distintas, conciertos y salas, compañías discográficas, revistas y, por supuesto, tiendas de discos.
Uno de los recuerdos más vívidos que tendrá la gente que experimentó aquel momento será el del boletín de Discoplay: una de las tiendas más famosas de Madrid que se especializó en la venta también por correo de discos, merchandising y demás. Dicho boletín era una gozada para los que queríamos saber qué iba apareciendo en el panorama musical, e incluso me viene a la mente la imagen de algún compañero de colegio recortando las reproducciones de portadas de álbumes para ponerlas en su carpeta.
Como todo tiene un fin, en los noventa Discoplay dio paso a Tiendas Tipo, una herencia dignísima de lo ya conseguido, que a la venta por correo añadió la aparición de un buen número de franquicias (llegaron a existir más de sesenta tiendas) por todo el panorama estatal. La fidelización de una clientela entregada se concretó en la creación de una revista que salía mensualmente y se regalaba con las compras efectuadas en dichos establecimientos, un compendio de entrevistas, noticias, agenda de conciertos y otras secciones menores que picaba de todos los estilos, aunque siempre apostando por el riesgo, huyendo de la música más descaradamente comercial. Su andadura se prolongó seis años, hasta que la crisis que vivió el sector musical debido a las descargas ilegales se llevó por delante la publicidad de la que vivía la revista. Servidor de ustedes era su pseudo-director. El nombre que se escogió para la publicación: Rock&Tipo.
Y resulta que, unos diez años después de enterrada aquella iniciativa, recibí una llamada que me anunciaba que Rock & Tipo volvía a la vida, esta vez como una web desde la que seguir acercando a la gente la música más estimulante del pasado y el presente. En un momento en que el negocio musical vuelve a sacar tímidamente la patita y parece que unos cuantos afortunados pueden vivir de esto otra vez, unos locos apuestan todo a una baza sin igual y, señoras y señores, ya cumplen un añito de trayectoria. Y, lo más importante, piensan seguir adelante. Espero, por supuesto, que con la ayuda de todos ustedes lo logren y sigan subiendo el empinado caminito por el que van marchando. Y que pueda felicitarles dentro de un año más, y cinco y mil… Y yo que lo vea.
David F. Abel